NUESTRA ESPERANZA DE GLORIA
Era uno de los anuncios que el apóstol Pablo saboreaba con gran gusto, en especial a favor de los gentiles:
La consigna apostólica era la de forjar una comunidad de creyentes que esperaban el regreso de su Señor. Mientras, el consejo era “No se acomoden al siglo presente y sus estilos de vida, no somos de este mundo…”. Se esperaba que cada creyente, frente a las maravillosas promesas de una vida mejor, disfrutando de la presencia divina y el gozo de dejar atrás todo sufrimiento terrenal, cada uno, para asegurar llegar a ese gran destino glorioso viviera en el temor de Dios, cada día dependiendo de Cristo (no separados de Él) por medio de su Espíritu.
Dios había repartido por su Espíritu dones y habilidades para expandir el Reino de Dios y anunciar el Evangelio así que la directriz era usar el poder y esos dones para impactar a la sociedad con tal de que se volvieran a Dios. Un alma arrepentida produciría gozo en los cielos. Qué gran gozo el saber esto, llenar el cielo de fiesta, por cada vez que una acción evangelística produjera esta reacción celestial.
Así que el llamado irrevocable era, y es hoy, para extender el Reino de Dios. Usaríamos la oración y el ayuno para disfrutar de una comunión permanente con el Señor y obtener sus directrices, y para llevar toda situación bajo la soberanía y el poder de Dios.
Vivir “en el Espíritu” sería el estilo de vida que haría que todos notaran la diferencia entre nacidos de nuevo y los meramente religiosos. Y como comunidad, la atmósfera más normal sería adorar a Dios, dentro de una convivencia de amor, de servicio, de respeto y de compromiso para que, como cuerpo de Cristo y como equipo de los llamados se nos viera unidos y todos pudieran decir esos son los hijos de Dios.
Cero política, cero divisiones étnicas, ni segregación por estatus social, ni esclavitud, ni altos conceptos personales y egoístas, reconociendo que por la gracia de Dios somos quienes somos viviendo agradecidos por ello. Nuestro enfoque sería estar cerca de los procesos de la regeneración, santificación individual y el crecimiento a una estatura espiritual como Cristo.
No veríamos en este estilo de vida cristiana original discursos sobre intervenir en la sociedad y transformarla. Ni énfasis en construir templos ni otras infraestructuras, ni profundizar en temas de liderazgo ni de planeación estratégica. No ocuparíamos tanto la mente en números estadísticos, administraciones.
Esperamos en 2019 recuperar esa esencia y, en sabiduría de Dios, encaminarnos para afrontar este siglo presente. Unámonos en oración, amor y compromiso hacia los desafíos que el Espíritu nos traiga