Jesús: Protagonista de las buenas noticias
"Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz"
- Hebreos 12:2 -
La buena noticia (el evangelio) es precisamente el anuncio de la obra de Jesús en la tierra, que tuvo su momento cumbre con su muerte en la cruz y su resurrección. Todo lo que somos y hacemos debería apuntar a Jesús quien es el que nos permite una vida y un destino diferente. Hay por los menos tres elementos que Jesús transformó y que componen “la buena noticia” para hoy si decidimos recibirle y creerle.
Jesús transformó la relación con un Dios lejano a una relación de Padre e hijo.
Desde los tiempos antiguos Dios le enseñó al pueblo de Israel que el pecado los alejaba de Él. El pecado es todo lo que no coincide con la voluntad de Dios. Su pueblo entonces vivía conociendo acerca de su Dios, un Dios lejano. Entonces procuraban evitar su ira, ya que con frecuencia le desobedecían y eran rebeldes a sus instrucciones. Jesús entra en escena en la humanidad para transformar esta relación distante, que requería de sacerdotes como intermediarios enseñándonos una nueva relación, tan cercana como la de un Padre. La obra de Jesús traslada esta oportunidad a todos los que le recibimos y a los que creemos en su nombre porque nos da el privilegio de llegar a ser hijos de Dios (Juan 1:12). Todavía hoy muchos no creen que pueden acercarse a Dios por causa de todas las faltas que han cometido, o incluso creen que se requiere de una figura sacerdotal que sea intermediaria para llegar a Dios. El único intermediario es Jesús, quien es el camino, la verdad y la vida y nos permite llegar al Padre a través de Él (Juan 14:6). Ahora podemos acercarnos confiadamente, mediante Jesús, al trono de la gracia y recibir la oferta de misericordia y gracia que necesitamos de nuestro Padre celestial.
Jesús transformó los infructuosos esfuerzos externos a un cambio en el corazón
Por más que queremos hacer lo correcto, se convierte en esfuerzos que muchas veces no rinden los frutos que esperamos. Todos hemos sido dañados por el pecado y por más que queremos alejarnos de esa tendencia de hacer el mal terminamos rotos e incluso hiriendo a otros. Parece un ciclo del que no podemos escapar y es porque todos somos esclavos del pecado. Nunca lograremos liberarnos por esfuerzos personales. Y una vez más nos llega la buena noticia por Jesús quien nos ofrece un cambio desde dentro de nuestro corazón. Ya no tenemos que esforzarnos por cumplir las reglas, sino que de nuestro interior por la obra del espíritu Santo Él graba su ley en nuestro corazón y la escribe en nuestra mente (Hebreos 10:16) y nos lleva a hacer lo correcto. Tenemos libertad del pecado y Él nos perfecciona en santidad para poder gozar de la vida eterna (Romanos 6:22).
Jesús transformó los repetidos sacrificios a un solo sacrificio para perdón permanente
No hay ninguna obra ni sacrificio que podamos hacer que pueda cubrir verdaderamente el precio de nuestros pecados. Todos habíamos sido privados de la gloria de Dios (Romanos 3:23) y es por esto que Jesús murió en la cruz para pagar el precio suficiente y permanente por todos nuestros pecados para regresar a la comunión con Dios. El que no ha aceptado a Jesús, continúa preso de la culpa y siente que debe continuar haciendo algo para tratar de compensar las faltas cometidas. Ocurre a veces que incluso algunos de nosotros que hemos venido ya a los pies de Jesús, no hemos creído o aceptado del todo su obra en la cruz y no nos perdonamos a nosotros mismos los errores cometidos y en ocasiones hasta decidimos no perdonar a otros. Pero el regalo de Dios es el maravilloso perdón que nos permite la vida eterna. Él puede limpiar los más oscuros errores para dejarlos como blanca lana (Isaías 1:18) y puede también echar a lo profundo del mar nuestros pecados para no recordarlos más (Hebreos 10:17).
Jesús seguramente miraba en el futuro a la humanidad, a cada uno de nosotros, recibiendo las buenas noticias de la oportunidad de poder ser hijos de Dios, de que viviéramos con un corazón transformado, de ser perdonados y libres del pecado. Con esa alegría puesta delante de Él se esforzó con sufrimiento hasta lo sumo por completar por y para nosotros su obra redentora en la cruz para darnos salvación.