SIRVIENDO CON EL EVANGELIO A MI NACIÓN
Uno de los efectos en los primeros creyentes del libro de los Hechos, luego de la llenura del Espíritu Santo en Pentecostés, fue que disfrutaban de la estimación general del pueblo. Las “fronteras” entre los de adentro y los de afuera no eran tan rígidas como lo son hoy. Unos eran simplemente aquellos que habían recibido el mensaje de los apóstoles y que manifestaron su decisión pública a través del bautismo. Otros eran observadores admirados de lo que estaba ocurriendo en la vida de aquellos que se afiliaban al “camino”. Para estos últimos era muy llamativa la idea de comunidad que tenían los creyentes. Se podía ver como vendían sus propiedades y posesiones, y compartían sus bienes entre si según la necesidad de cada uno. Se encontraban diariamente para ir al templo, comer juntos y alabar a Dios. Es decir, vivían su fe de forma pública y natural a los ojos del resto del pueblo. Curiosamente ya a estas alturas de la narración de Lucas a este grupo de creyentes les denomina LA IGLESIA (Hch.2:41) y aún, ni pasaba por sus mentes la idea de un edificio para sus reuniones.
Esta extraña “separación” que no se notaba entre ambos grupos (los no salvos y los salvos) permitía que con mayor libertad se cumpliera el maravilloso milagro de que cada día el Señor añadía al grupo los que iban siendo salvos. Las señales y prodigios eran realizadas de manera notoria y visible en medio de una jornada cotidiana. Los detractores no podían hacer nada ya que todos alababan a Dios cuando veían un milagro ocurrir.
¿Cuándo dejamos de mostrar la gloria de Dios de forma pública? ¿Cuándo volvimos a “coser el velo roto” impidiendo con ello que la relación con el Dios – Emanuel (con nosotros) se limitara únicamente a nuestros templos?
Nosotros somos la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una montaña no puede esconderse. Somos la ciudad de Dios. Debemos ser ese lugar de refugio para aquellos que están cansados de vagar en la decepción y en la soledad sin Dios.
Alguien dijo: Lo que ha sido llamado el “sacerdocio del creyente” no convirtió a todos en trabajadores de la iglesia, sino que convirtió todo tipo de trabajo en un llamado sagrado” Nuestro llamado es a hacer conocido el nombre de Jesús en cada uno de nuestros ambientes. Es servir a nuestra nación con el mensaje transformador del evangelio que es en sí mismo poder de Dios para salvación a todo aquel que cree. Es hacer brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben a su Padre que está en los cielos.
Salmo 33:12 dice: Bienaventurada la nación cuyo Dios es Jehová… Sin embargo, para que una nación reconozca a Jehová como su Dios debe haber creyentes que, a través de su convivencia diaria en medio de la sociedad, proclamen las maravillas de ese Dios. Una iglesia que presente la oferta del evangelio mientras anda por el camino. ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!