LAS PREGUNTAS DEL FUTURO INMEDIATO
En el año del Ministerio Fiel, nos seguimos preguntando si realmente este extraño tiempo de confinamiento del mundo y del pueblo de Dios habrá dado buen fruto para una iglesia que necesitaba hacer profundos ajustes en su conducta. Esperamos que ocurra “el bien” prometido por Dios, porque Él dice que a los que le aman “todas las cosas les ayudan para bien” (Ro. 8:28).
No cabe duda que los acontecimientos que estamos viviendo son “el principio de dolores” profetizado en las Sagradas Escrituras. Esta plaga debió haber movido a la mayoría de nosotros los creyentes al arrepentimiento y humillación, asunto en el que su Espíritu ha insistido a través del llamado: Si se humillare mi pueblo, y ora, y se convierte de sus malos caminos… (2 Cró. 7:14).
La normalidad, según palabras de Cristo, es que nuestro Padre que está en los cielos “hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos” (Mateo 5:45). Pero en medio de esta normalidad están los que la Biblia llama “hijos de nuestro Padre”, de los cuales Él espera una conducta diferente. El Padre espera un comportamiento consistente con el corazón del Dios de amor. La “no normalidad” de estos hijos de Dios consiste en que amamos a nuestros enemigos, bendecimos a los que nos maldicen, hacemos bien a los que nos aborrecen y oramos a favor de los que nos ultrajan y persiguen (Véase Mt. 5:44-47). Parece que llegó la hora de actuar diferente, como comunidad de hijos de nuestro Padre. Cuando nuestra conducta no es diferente, el mismo Señor pregunta: ¿No lo hacen también así ellos?
Creo que frente a la crisis aparecida tan repentinamente, a muchos pastores, Dios nos llenó de una intensa creatividad espiritual, llevando a la congregación a estrategias de intercesión, ayunos, vigilias, oración continua y a la aplicación de muchos otros métodos para administrar la educación y alternativas a la convivencia o koinonia de la familia de Dios. Pero esa fue una vivencia surgida de la emergencia y del peligro. Ahora, poco a poco, volvemos a nuestra cotidianidad, o “vieja normalidad”; trabajo, estudios, compromisos, negocios. La agenda de vida diaria ya no puede sostener esas largas horas de oración y clamor, porque están regresando los intereses que nos ocupaban el día a día. Bajamos paulatinamente estas intensidades devocionales, pero se esperaría que tras este “descenso de las aguas” quedaran a flote los cambios que nos propusimos hacer cuando dijo: “… y se convirtieren de sus malos caminos… perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra…”
Sinceramente creo, como una decepcionante percepción que me hace gemir en oración, que, así como la sociedad que nos rodea anhela volver a su antigua normalidad llena de malas costumbres e impiedades, una Iglesia que sea fría, liviana y mundana tampoco querrá abandonar fácilmente las cosas “buenas” y religiosas que hacían, pero que no salvaban al perdido ni transformaban a la sociedad. Ahora enfrentamos la tentación de continuar la misma tendencia censurable de antes, pero ahora vestida de virtualidad, digitalidad y falsa espiritualidad. Creo que debemos orar intensamente para ver con claridad este peligro, advertirlo y manejarnos con mucho cuidado al respecto.
Un cronómetro parece haber comenzado a andar: el conteo regresivo que indica la segunda venida de Cristo. Pero Él pregunta: ¿hallaré fe en la tierra? Está hablando de nosotros, la Iglesia, sus discípulos, llamados al Ministerio Fiel. Oremos que tengamos la respuesta correcta. ¿Quién es el siervo fiel y prudente, al cual puso su señor sobre su casa…? (Véase Mt. 24:44-47).